El Cerro del Butarrón, está en el municipio de Ciempozuelos y tiene una altura de 656 m. En las inmediaciones nacen cuatro barrancos; dos al norte, el más alejado es el Barranco de la Purga, el que se encuentra junto al cerro, no tiene nombre. Al sur, hay otros dos barrancos; el más alejado es el Barranco del Pozo, el más próximo, tampoco tiene nombre pero, le hemos bautizado como Barranco de la cerveza.
La ruta  de 5,5 km, acumula un desnivel de 259 m, aproximadamente.

Dejamos los vehículos junto a la Senda de la Galiana o Cañada de las Merinas. El cielo está cubierto de nubes y la temperatura es muy agradable.

La parta alta de estos cerros son de materiales calizos cubiertos por depósitos silíceos de muy distinta potencia. Nos encontramos en una isla de naturaleza ácida, inmersa en un mar de suelos básicos.
Desgraciadamente hace tiempo que no llueve, la arena retiene muy poco agua y está todo muy seco. En condiciones normales el suelo estaría tapizado de multitud de plantas anuales en flor, muchas de las cuales debido a la escasez de lluvias, se han malogrado las flores y no han llegado a fructificar.
Nos dirigimos al norte por la pista que quedó después de las obras del oleoducto. El matorral dominante es un mosaico de coscojar con encinas (Quercus rotundifolia) dispersas y enormes rodales de jarales de Cistus salviifolius (Jaguarzo morisco) mezclado con Cistus clusii (Romerina) con algún Cistus albidus (Estepa blanca).

De camino al barranco, vemos las primeras orquídeas:

Ophrys speculum speculum

 

Ophrys fusca dyris
Aceras anthropophorum

Bajamos la fuerte pendiente y llegamos al Barranco de la Purga (que sirve de divisoria entre los términos de Chinchón y Ciempozuelos),por el que descendemos, al principio entre calizas y arenas. En nuestro camino encontramos cornicabras (Pistacia terebinthus), espantalobos (Colutea arborescens hispanica), majuelos (Crataegus monogyna), retamas locas (Osyris alba), carraspiques (Iberis saxatilis saxatilis), jazmines (Jasminum fruticans), aulagas (Genista scorpius), tomillo común (Thyumus vulgaris vulgaris), siemprevivas (Helichrysum stoechas) mejorana (Thymus mastichina mastichina), salvias (Salvia lavandulifolia), romeros (Rosmarinus officinalis), encinas, coscojas, espinos negros (Rhamnus lycioides), asperones (Lithodora fruticosa),coronitas (Coronilla minima lotoides)… A medida que bajamos, desaparecen arenas y calizas y nos vemos inmersos en un mundo de yesos con efedras (Ephedra fragilis), tomillo macho (Teucrium capitatum), plumeros de los yesos (Limonium dichotomum), lepidio de hoja estrecha (Lepidium subulatum), espartos (Stipa tenacissima), jabunas (Gypsophila struthium), tomillo aceitunero (Thymus zygis sylvestris) y …

A juzgar por las caras, se lo están pasando en grande.

Paco tiene cierta fijación con las resedas (Reseda suffruticosa), cuando ve una, se pone como la cabra del gitano, taburete y trompeta.
Seguimos bajando entre las curiosas paredes de yeso.

Tanto había dado la traca con la tortilla de patatas que, hubo quienes hicieron en tal cantidad que no podían llevarla más tiempo a la espalda. Una vez comida la tortilla, para aliviar de tan duro lastre a tanto excursionista cocinero; hartos a no poder más, tuvimos que subir un poco por el barranco sin nombre hasta los afloramientos de bicarbonato, por eso de los ardores.
(Cabrones)

Ya sin ardores, emprendemos la subida a la Casa del Butarrón.


La subida a la casa se empina bastante, en algún tramo.

Arriba, en la casa, paramos a comer. Supongo que nos os habréis creído lo de la tortilla.

Después de comer, bajamos por donde habíamos subido, más o menos. Pasamos muy cerca de un rodal de olivilla (Phillyrea angustifolia), nadie se dio cuenta y yo no dije nada. Mi pequeña venganza, por eso de la no tortilla y las no croquetas.
Debajo, una mata de una rara estepa blanca, con flores blancas.

Rodeamos el cerro de la Casa del Butarrón por el oeste, entre matas de ontina (Artemisia herba-alba), de agradable olor y, algún sisallo (Salsola vermiculata), hasta llegar a la entrada del Barranco de la cerveza (hasta ahora sin nombre), al sur de la Casa.

Todo el día, el sol había estado detrás de las nubes y la temperatura había sido muy agradable. Como lo bueno no dura mucho, desaparecen las nubes y el sol comienza a caldear el ambiente al tiempo que subíamos por el estrecho barranco, sorteando derrumbes y esquivando las ramas de las coscojas que estaban de muy mala leche (supongo que por lo de la tortilla) y dejaban caer sus pinchudas hojas entre la mochila y la espalda, para hacer más agradable la subida.
Tengo fotos de alguna excursionista, es increíble la diferencia del gesto en la bajada y en la subida. Estas fotos nos las pongo, parecía haber envejecido 10 años.
Fijaros, si parece que fueran las caras de Belmez.

Ya me tenían harto de tanto preguntar, ¿cuánto quedaaaaaa?, que decidimos hacer una parada a la sombra. Estábamos sentados en el estrecho barranco, en fila india, sudorosos, deshidratados, entre encinas y coscojas que lanzaban las hojas cual dardos, sin cobertura de móvil, habíamos perdido toda esperanza… de pronto se oye ese sonido característico que delata la apertura de una lata, de cerveza, el sonido al caer en el vaso que se empaña por fuera; parecía tan fresca. Todas las miradas, lujuriosas, apuntaban a ese objeto de deseo, era como si un montón de ojos lamiesen cual perros sedientos ese vaso. Me pareció estar viviendo un anuncio.
Después de unos segundos de silencio que a todos parecieron una eternidad, nuestro amigo, con el vaso en la mano, ataviado a lo Labordeta de un país en la mochila; con una amplia sonrisa, ofreciendo el vaso a quien tiene a su lado, dice: bebe y pásalo.

Yo era el segundo en coger el vaso. Lo tomo, lo toco, está frío. Miro al último de la fila, sus ojos lo dicen todo, me pareció como esos ojos de niños hambrientos de Africa que nos ponen por la tele. Le dí un pequeño trago y lo pasé con todo el dolor de mi reseca garganta. Hay momentos muy difíciles en la vida de un hombre.
Nos comportamos como los japoneses después del maremoto, la fría cerveza llegó a todos.
Buen bautizo para un hermoso barranco sin nombre, el de la cerveza.
Ya de mejor humor, reanudamos la marcha. Alguna disputa con alguna que otra coscoja y poco más.

Antes de llegar al punto donde habíamos dejado los coches, vemos un rodal de cantueso (Lavandula stoechas pedunculata)

Una vez arriba, tomamos lo coches y nos fuimos como posesos a tomar una birras frescas y muy bien aperitivadas que, era el único objetivo de toda esta odisea (hacer sed para mayor disfrute de la cerveza).

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